MISTERIO EN
CHARRAS
Faltaba media hora de viaje para llegar al
campo, pero ya estábamos dentro de Charras, el pueblo donde era el campo.
Durante todo el camino, estuvo todo vacio, no había señales de vida, ni
siquiera la gente del pueblo andando a caballo.
Llegamos, bajamos los bolsos y nos
instalamos, pero todo el tiempo pensando en donde estaban los perros, las
vacas, las ovejas y el “negro” Arturo, el casero. Esperamos un tiempo a ver qué
pasaba pero ni siquiera se asomaban o se escuchaban esos ruidosos tractores.
El anochecer se acercaba y nada….todo igual
que cuando habíamos llegado. Salimos a caminar y explorar para ver si
encontrábamos algo, por lo menos, una pista que nos diga que estaban vivos.
Volvimos ya para la hora de la cena muy preocupados sin saber nada de nada. La
duda, la intriga y ese sentimiento de preocupación constante nos estaba
matando, ya habían pasado dos días de nuestra llegada. Por momentos pensábamos
en llamar a la policía porque Arturo no era de irse de vacaciones, el vivía
encerrado en esa pequeña casa al lado de la nuestra, ya dábamos por hecho que
algo raro había pasado, preferimos encargarnos nosotros de averiguarlo.
Seis veces al
día dábamos la vuelta al campo entero para ver si pasaba algo. Un día al
mediodía, Paulo, el más chico, volvió con dos prendas de ropa que se había
encontrado jugando entre un montón de troncos, no podían ser de nadie más que
del negro Arturo.
Ese mismo día, estábamos sentados conversando
sobre ese tema en las mesas al lado del asador, y el viento hiso resonar las
ventanas, las puertas se cerraban de un golpazo
y cada vez el viento soplaba mas y mas fuerte.
De un segundo para otro, todo desapareció, el
viento no dejaba ver nada, nuestros cuerpos se revolvían, todos pies para
arriba, se escuchaban solos los gritos. Cuando se calmo este estilo de
torbellino, ahí estaban todos los animales y en una esquina lejos y tirado, el
“negro Arturo”.
Por María Paz
Oberti